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Aprendiendo a pensar la historia
martes, 14 de enero de 2014
Dos Nuevos Libros sobre la Primera Guerra Mundial
Hastings: "Los políticos no vieron venir la guerra en 1914...ni ahora la crisis"
En Max Hastings confluyen la vertiente periodística y la de historiador. Hijo de un corresponsal de guerra, publica ahora en España «1914, el año de la catástrofe» (Crítica) en el prólogo del centenario de la Primera Guerra Mundial (IGM). Este libro viene precedido de enormes ventas en Gran Bretaña porque ha sabidoconectar como pocos con el público. No solo cuenta con la aguda narrativa del autor los acontecimientos que llevaron a la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, sino que también permite a los lectores recorrer los senderos de gloria hasta el barro de las trincheras, mezclado con gas venenoso y la sangre de un conflicto que mató a15 millones de personas. Una generación que Hastings recupera a traves de las cartas y documentos personals e inéditos que ha rastreado en archivos de medio mundo. Pero como buen periodista, lo primero que nos deja claro es que no estamos tan lejos del infierno como creeríamos.
–Seguimos debatiendo las causas de la IGM. ¿Es tan importante hoy?
–Aunque la historia no se repite, siempre es importante entender el pasado, si tenemos alguna esperanza de entender nuestro futuro. La crisis del euro estuvo presente durante todo el tiempo que estuve estudiando para escribir este libro. Pongo todo el énfasis en que no creo que vaya a haber otra guerra en Europa, pero aún así muchos se preguntan hoy: ¿Eran estúpidos los líderes de Europa en 1914 que no vieron lo que iba a ocurrir? La respuesta la tenemos en nuestros propios líderes.
–¿Tan pesimista es?
–En la historia las naciones se han enfrentado a crisis terribles con dirigentes muy pequeños. Como podemos ver hoy, con la posible excepción de Angela Merkel en Alemania, ninguno de los líderes de Europa son apropiados para bregar con un desastre de esta magnitud. Y para volver a 1914. Lo que resulta chocante, es que la calidad de muchos de los políticos y generales no era ni remotamente suficiente para lidiar con un conflicto como aquél. Me parece una locura que, al menos en Gran Bretaña, los jóvenes crean que la IGM fue simplemente un desastre terrible y van a los cementerios en Francia y lo lamentan, claro, pero todo eso no sirve de nada si no les explicamos cómo o por qué ocurrió. Igual en España con la Guerra Civil: hay que explicarlo.
–En España no hay mucho consenso aún sobre el pasado. ¿En Europa lo hay sobre cómo celebrar el centenario de la IGM?
–¡Imposible! Los alemanes, por un lado, no están haciendo nada para conmemorarlo, por motivos comprensibles. Los franceses están desesperados por conmemorarlo con espíritu de conciliación por la razón política y cínica de que necesitan el apoyo económico de Alemania. Lo último que quieren hacer es mosquear a los alemanes. Y en Gran Bretaña, curiosamente, ha habido una tendencia entre los historiadores a compartir la responsabilidad por el «accidente» (solo los británicos son lo suficientemente tontos para compartir esa culpa). Un colega alemán me decía el otro día en un email que a los niños se les enseña a creer que Alemania fue muy responsable del conflicto. Nadie quiere ser descortés con la Alemania moderna, una gran democracia por la que todos tenemos gran respeto. Pero los dos eventos más terribles de la humanidad fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. No querer hablar de por qué ocurrieron es sencillamente estúpido. Se han publicado muchos libros y los historiadores tenemos distintas interpretaciones. Yo no voy a decir que Christopher Clark, o Margaret McMillan están equivocados, por supuesto. Puedo decir que diferentes perspectivas son posibles. El debate en Inglaterra, más allá de cuál es la interpretación que les enseñamos a nuestros hijos, es que les enseñemos alguna.
–Curioso que resulte más fácil a todo el mundo valorar la IIGM
–En Gran Bretaña solemos decir que la IIGM fue la buena y la IGM fue la mala. Las cosas no son tan simples. Aunque creo que tuvimos razones de sobra para luchar en la IIGM, es irónico que las democracias tuvieran que aprovechar la tiranía de Stalin para aplastar a la tiranía de Hitler. Uno tiene que tener cuidado con nuestros llamamientos a la pureza moral de las motivaciones en este periodo. Y en cuanto a la IGM, ningún adulto debe decir que la Alemania del Kaiser era una potencia tan maligna como la Alemania de Hitler, pero yo argumento que si el Kaiser hubiera ganado hubiera sido un día muy duro para la civilización occidental.
–¿Fueron una o dos guerras? ¿Hemos espantado del todo el peligro?
–Alemania hoy es muy diferente de lo que fue. Pero Europa ha tenido el mismo problema durante 120 años. ¿Cómo lidiamos con el hecho de que una de las naciones europeas sea mucho más rica y poderosa que cualquier otra? Eso se manifiesta de maneras muy distintas. Los problemas son ahora económicos, no militares. Pero incluso los alemanes no tienen una respuesta válida para esa cuestión. El problema esencial es ¿cómo creamos una Europa que no sea simplemente un imperio alemán? Ni si quiera sugiero que los alemanes estén creando un imperio, pero las realidades económicas han dado lugar a este planteamiento. Hay paralelismos no militares.
–Ha utilizado cartas de soldados y documentos personales inéditos: ¿cómo cambian el relato de la historia?
–A los lectores les interesa la experiencia humana. En mis libros trato de hacer tres cosas: contestar preguntas acerca de qué paso; la pregunta de cómo era vivir allí; por último, poner una perspectiva más global del conflicto.
–¿Qué documento le conmovió?
–Uno de la IIGM: un luchador noruego, Knut Hemson, en 1946 escribió recordando sus experiencias en la guerra: «Las guerras traen aventuras que conmueven al corazón, pero su realidad son los sacrificios y sufrimientos personales enormes, enteramente malignos y que no se redimen con la gloria». Si hay algo en lo que pienso cuando escribo es en esto. Por supuesto hay que recordar a nuestros héroes, los valientes que hicieron cosas extraordinarias. Pero la guerra sobre todo son las víctimas.
–Elija un documento de las trincheras
–En el libro cito a un oficial británico que en noviembre de 1914 escribió sobre uno de sus amigos oficiales que había caído: «Le vi en la trinchera esta mañana y estaba tan agotado que me hubiera gustado cambiarme con él. Y aunque es terrible para su mujer ahora, debe confortarle el hecho de que por fin se ha alejado del ruido y la furia y puede descansar». Para todos los que atravesaron no solo esa sino tantas batallas terribles, tener la oportunidad de descansar, temporal o permanentemente era lo más valioso y eso de «Descanse en Paz» era un sentimiento muy real.
–Todo cambió con la IGM. El gas, los blindados y la perfección técnica convirtieron la vida humana en estadística de la muerte industrial.
–Hay una línea de «Adiós a todo eso» el libro de Robert Graves que no olvidaré nunca. Cuenta con cierta hilaridad que a un soldado le volaron la cabeza y dice: «Puedes reírte de un hombre muerto o incluso de un herido pero no de alguien que tarda dos horas en morir».
-¿Hay cosas que no podemos entender bien de aquella época? ¿Dónde está el límite de nuestra mirada a esa guerra?
-Hay gente que impone los valores del siglo XXI para juzgar lo que ocurrió en el XX y eso me parece mal. Yo he estado muy involucrado en una polémica sobre el bombardeo estratégico de la IIGM. Hoy se piensa que aquello fue un crimen de guerra ¿cómo pudo ocurrir algo así? Claro que hoy no lo haríamos, pero hay que cerrar los ojos y pensar en cómo eran las cosas entonces, sobre todo para los británicos en 1941. No había otra manera de llevar la guerra a Alemania. Otra cosa que tampoco no se entiende sobre el XX es que la gente se hizo por primera vez prisionera de decisiones industriales que antes no existían. Churchill en 1941 se comprometió a crear una gran escuadra de bombarderos pesados y en 1944 se dio cuenta de que no hacían falta tantos y de que no estaba funcionando bien la estrategia. Pero había un compromiso y se había puesto en marcha una pesada maquinaria: no se podía deshacer en cinco minutos.
-¿Qué comienza y que queda abolido con la IGM?
-Lo que comienza entonces es una etapa muy larga en la que Europa tiene que lidiar con el problema del poder alemán. La IGM acabó con la mayoría de las potencias tradicionales, con cinco monarquías. Y pienso que Margaret McMillan dice que los que firmaron la Paz de Versalles trataron de establecer el principio de autodeterminación, pero claro, no lo extendieron a los imperios vencedores: Gran Bretaña o Francia. Intentaban apoyar a las minorías en Europa, con cierta honestidad, pero descubrieron lo difícil que era, porque colisionaban con otros intereses. La historia siempre los ha maltratado a los artífices de la Paz de Versalles. Chrchill escribió en 1931 que “todo lo que yo creía que era cierto ha colapsado y lo que creía que era imposible se ha producido”. Durante cien años Europa creyó en certidumbres y eso acabó en 1914. Durante mucho tiempo después de la guerra, quince años, pensaron que había sido tan terrible que no sería posible otra conflagración y también en eso se equivocaron. El eslogan de 1933 fue Nunca Más, con un movimiento pacifista muy grande en Gran Bretaña, porque creían a pie juntillas que los jóvenes británicos nunca volverían a luchar. Pero la ironía es que en 1930-1940 fueron los franceses que no lucharían más y ¿quién podría culparles? No olvidemos que la experiencia de los franceses había sido mucho peor.
MacMillan: "En 1914, los gobiernos europeos creían imposible una conflagración mundial"
La historiadora de Oxford publica «1914. De la paz a la guerra» (Turner), que abre el centenario de la Primera Guerra Mundial
Quiso escribir un libro centrado solo en el verano de 1914, cuando el asesinato en Sarajevo del archiduque austriaco Francisco Fernando desencadenó una guerra que nadie pensó que estallaría. Pero aquellas semanas estivales llevaron a Margaret MacMillan, decana del St. Antony’s College de la universidad de Oxford, a arrancar su investigación en 1900 para explicar en «1914. De la paz a la guerra» (Turner) la mecánica endiablada que arrasó para siempre con la Europa de los imperios. Conocida por una influyente obra sobre la conferencia de paz de París de 1919, esta historiadora canadiense, biznieta del primer ministro liberal británico, David Lloyd George, está ahora en el punto de mira de los ultranacionalistas serbios por calificar de terrorista a Gavrilo Princip, el magnicida anarquista de Sarajevo. «La historia nos ayuda siempre a pensar en el presente», reflexiona en una entrevista con ABC en su despacho.
-¿Cómo influyó en los acontecimientos que la mayoría de los líderes estuvieran de vacaciones?
-El factor tiempo jugó su papel, por el hecho de que en esas semanas tenían otra cosa entre sus preocupaciones. El ministro de Exteriores británico, Edward Grey, estaba observando pájaros, el presidente francés de vacaciones en el Báltico. Los británicos aquel verano estaban preocupados sobre todo por la cuestión irlandesa. Me pareció muy llamativa la poca atención que prestaba «The Times», por ejemplo, a los acontecimientos en Europa. Como mucho hablaban del derrocamiento del rey en Albania. Y la opinión pública francesa estaba centrada en el «affaire Caillaux», la mujer del ministro de Finanzas que asesinó al director de «Le Figaro».
-¿No se esperaban una guerra?
-No, la sensación dominante era que asistían a una crisis balcánica más, como las que ya había habido en los años anteriores, y daban por hecho que se superaría. La secuencia de los hechos es clave. Aunque las alianzas habían sido reforzadas -Alemania con Austria-Hungría e Italia por un lado, y Francia, Rusia y Gran Bretaña por otro-, y aunque todos ellos habían elaborado detallados planes de guerra, los europeos creían que esta era impensable.
-Los estados mayores tenían detallados planes de transporte de tropas por tren a varios frentes. ¿La burocracia bélica hizo el conflicto inevitable?
-No me atrevo a emplear el término inevitable, pero sin duda fue uno de los factores que empujaron hacia la guerra. En 1914 todos los países tenían planes ofensivos. Hasta los franceses, que contaban con fortalezas defensivas notables. Había un culto a la guerra ofensiva que cuadraba bien con el darwinismo social de la época, según el cual el conflicto y la competencia entre naciones formaba parte del orden natural de las cosas. Los minuciosos planes bélicos introducían la presión de poner la maquinaria en marcha, cualquier día perdido suponía una desventaja. Y eran inflexibles. Cuando el káiser Guillermo preguntó a su jefe del Estado Mayor, Helmut von Moltke, si era posible atacar solo a Rusia, y no a Francia, la respuesta fue negativa. Al zar Nicolás II le pasó lo mismo cuando sugirió atacar solo Austria-Hungría y no Alemania.
-Las personalidades jugaron un papel clave, según su libro. La más obvia es la del propio archiduque Francisco Fernando, asesinado el 28 de junio de 1914. ¿Mataron al hombre de paz que pudo haber evitado la Gran Guerra?
-Es una gran ironía. No sabemos lo que habría ocurrido, pero en el pasado el archiduque había defendido que era una locura atacar a Serbia y provocar así a Rusia, su protectora. Era un autoritario de la vieja escuela y no me gustan muchas de las cosas que hizo, pero habría sido una voz de la razón. Alrededor del emperador Francisco José había muy poca gente razonable. Tenía 84 años, había estado muy enfermo en primavera, su mujer [la emperatriz Isabel, Sissi] había sido asesinada, y se quedó solo frente al jefe del Ejército austriaco, Conrad von Hötzendorf, que había sido siempre un halcón defensor de la guerra. Las cosas podrían haber sido diferentes también si hubiera vivido el padre del káiser Guillermo II, Federico III (1831-1888). El padre de este, Guillermo I, vivió 91 años (1797-1888). Si Federico III hubiera alcanzado esa edad, la Alemania de 1914 habría sido muy diferente, porque tenía ideas mucho más liberales que las del autoritario káiser Wilhelm.
-¿No es irónico que los reyes y emperadores empujaran al continente hacia una guerra que enterró su mundo?
-Veían la guerra como una salida. En muchas partes de Europa la aristocracia estaba perdiendo posiciones, poder, y muchas tierras. Los precios agrícolas en esa época comenzaron a bajar muchísimo por la llegada de productos del nuevo mundo, como Australia y Nueva Zelanda. Sentían que su modo de vida estaba amenazado, y creían que la guerra era la forma de restablecer los valores adecuados. La aristocracia todavía tenía muchos vínculos con el campo, y no se fiaban de que las clases urbanas estuvieran dispuestas a sacrificarse por su país. Los militares franceses, por ejemplo, estimaban que un 20% de los llamados a filas no se presentarían. No fue así. Al final, solo falló el 1%.
-Las elites estaban preparadas para la guerra, ¿lo estaban las masas?
-Mucho más de lo que se pensaba. La ideología del nacionalismo había permeado las sociedades alemana, británica y francesa de forma profunda. Cuando estalló la guerra, las opiniones públicas de cada país estaban convencidas de que estaban siendo atacadas, y que iban a la guerra por razones legítimas. La nueva opinión pública, los «lobbies» coloniales, o de la Armada y el Ejército, ejercieron presión sobre los gobiernos. Lord Salisbury [primer ministro británico 1895-1902] decía que era como tener un asilo de lunáticos acechándote.
-El gatillo del conflicto fue apretado en Sarajevo por un anarquista. Su lista de magnicidios es sorprendente: el presidente francés Carnot, el rey Umberto de Italia, el presidente William McKinley de EE.UU., Cánovas y Canalejas en España. ¿Qué papel jugaron?
-Agravaron la inestabilidad en Europa. Hubo momentos de auténtico pánico, épocas en que los restaurantes del centro de París estaban vacíos por miedo a los atentados, aunque no eran indiscriminados como los del yihadismo. Se influenciaban unos a otros. Joven Bosnia [la organización terrorista de Princip] estaba muy influenciada por el anarquismo italiano. Estoy recibiendo muchos emails rabiosos de serbios por calificar de terrorista a Princip. Dicen que es un luchador por la libertad.
-¿Qué les contesta?
-Que es un terrorista porque podía haber utilizado métodos diferentes, aunque a la mayoría no les contesto porque son muy ofensivos, te llaman mentirosa, desgraciada… En ciertos círculos nacionalistas serbios, Princip sigue siendo un héroe nacional.
-¿Fue justo culpar a Alemania?
-La cláusula del Tratado de Versailles de 1919 no habla de culpa sino de responsabilidad, como la base para las reparaciones de guerra. Inicialmente los dos principales beneficiarios debían ser Francia y Bélgica y, siendo justos, en esos dos casos Alemania fue responsable de atacarles. Nuevas investigaciones históricas han ido demostrando que, a medida que los alemanes avanzaban y vaciaban Bélgica de ganado, comida y oro, forzaron a muchos belgas a realizar trabajos forzados en Alemania.
-Pero, ¿empezó Alemania la guerra?
-Alemania y Austria-Hungría tuvieron una gran contribución, entre las dos, a que Europa diera el último paso hacia el precipicio. Más que las otras naciones, porque estaban más preparadas a arriesgarse a una guerra. Cuando Austria-Hungría lanzó el ultimátum a Serbia eran muy conscientes del riesgo de que Rusia acudiera en ayuda de Belgrado. Y, cuando Alemania le dio un cheque en blanco a Austria-Hungría, sabían muy bien que podía ocurrir. Sin embargo, creo que Rusia también es responsable porque no tenía por qué movilizarse en todos los frentes. Algunos defienden que Francia también tiene su parte de responsabilidad por empujar a la guerra a su aliada Rusia, pero creo que no tenemos datos suficientes sobre las conversaciones aquel verano entre el presidente francés, Raymond Poincaré, y el zar.
-¿Sigue vigente la cuestión alemana?
-Está viva desde la unificación del país en 1870. Su geografía es enorme, su capital humano es enorme, sus infraestructuras, la ética del trabajo, todo eso hace que Alemania sea muy poderosa. Pero la Alemania de hoy es muy diferente. Hugo Stinnes, un gran industrial alemán de antes de la Gran Guerra, se quejaba de la locura de los militares que hablaban todo el rato del dominio de Europa. Si esperamos, terminaremos por dominar el continente de todas formas, decía. Y es lo que ha ocurrido, solo que tras un rodeo de dos guerras mundiales.
¿Una nueva mirada a 1914?
JOSEPH S. NYE
CAMBRIDGE – Este año se cumple un siglo de un acontecimiento que transformó la historia moderna. En la Primera Guerra Mundial perecieron cerca de 20 millones de personas, destruyéndose una generación de jóvenes europeos. También cambió de manera fundamental el orden internacional en Europa y el resto del mundo.
De hecho, la Gran Guerra destruyó no solo vidas, sino tres imperios europeos: el alemán, el austrohúngaro y el ruso, y con el colapso del régimen otomano prácticamente un cuarto. Hasta antes de su inicio, el equilibrio de poder mundial estaba centrado en Europa; tras ella, Estados Unidos y Japón emergieron como grandes potencias. La guerra además abrió las puertas a la Revolución Bolchevique de 1917, preparó el camino para el fascismo e intensificó y amplió las batallas ideológicas que caracterizaron el siglo veinte.
¿Cómo pudo ocurrir una catástrofe de semejantes dimensiones? Poco después de su estallido, cuando se le pidió una explicación al entonces Canciller alemán Theobald von Bethmann-Hollweg sobre qué ocurrió, respondió: “¡Ah, si solo lo supiera!” Quizás con ánimo autoexculpatorio, llegó a ver la guerra como algo inevitable. De manera similar, el ministro británico de Asuntos Exteriores, Sir Edward Grey, planteó que había “acabado por pensar que ningún ser humano en particular hubiera podido evitarla.”
La pregunta a la que nos enfrentamos hoy es si puede ocurrir de nuevo. Margaret MacMillan, autora del interesante libro 1914. De la paz a la guerra, de reciente publicación, plantea que “resulta tentador (y da que pensar) comparar las relaciones actuales entre China y Estados Unidos con las de Alemania e Inglaterra hace un siglo”. Tras hacer una comparación similar, el semanario The Economist concluye que “la similitud más inquietante entre 1914 y el momento actual es la complacencia”. Y algunos politólogos, como John Mearsheimer de la Universidad de Chicago, han argumentado que “para decirlo sin rodeos: China no puede ascender como potencia pacíficamente.”
Pero las analogías históricas, si bien a veces son útiles como prevención, resultan peligrosas cuando conllevan una sensación de inevitabilidad. La Primera Guerra Mundial no lo fue, sino que se volvió más probable por el ascenso de Alemania y los recelos que ello creó en Gran Bretaña, y también por la respuesta atemorizada de Alemania al ascenso de Rusia, además de multitud de otros factores, entre ellos errores humanos. Sin embargo, hoy en día la brecha entre Estados Unidos y China es mayor que la que existía entre Alemania y Gran Bretaña en 1914.
Para sacar lecciones de 1914 que resulten útiles para el momento actual es necesario disipar los muchos mitos que se han creado sobre la Gran Guerra. Por ejemplo, la acusación de que se trató de una guerra preventiva iniciada deliberadamente por Alemania se ve desmentida por la evidencia de que las elites más importantes no lo creían así. Tampoco fue una guerra puramente accidental, como sostienen otros: Austria participó de manera deliberada para repeler la amenaza de un nacionalismo eslavo en ascenso. Hubo errores de cálculo sobre la duración y el alcance de la guerra, pero eso no equivale a que haya sido accidental.
También se dice que la causa de la guerra fue una carrera armamentista desenfrenada en Europa, pero esta ya había acabado en 1912 y Gran Bretaña la había ganado. Si bien existía inquietud por el creciente poderío de los ejércitos, esta resulta una visión más bien simplista.
El mundo de hoy es diferente al de 1914 en muchos e importantes sentidos. Uno es el que las armas nucleares dan a los líderes políticos el equivalente a una bola de cristal que les muestra cómo quedaría el mundo tras una escalada. Quién sabe que si el Emperador, el Káiser y el Zar hubieran podido ver en 1918 la destrucción de sus imperios y la pérdida de sus tronos habrían sido más prudentes en 1914. No hay duda de que este efecto de “vista previa” influyó fuertemente sobre los dirigentes estadounidenses y soviéticos durante la crisis de los misiles de Cuba. Es probable que hoy tendría una influencia similar sobre Estados Unidos y China.
Otra diferencia es que la ideología de la guerra hoy es mucho más débil. En 1924 se pensaba de verdad que la guerra era inevitable, en una visión fatalista reforzada por el argumento del darwinismo social de que “limpiaría el aire” como una buena tormenta de verano. Como escribiera Winston Churchill en La crisis mundial:
“Había una atmósfera extraña. No satisfechas con la prosperidad material, las naciones se volvieron con fiereza hacia las luchas, fueran estas internas o externas. Las pasiones naturales, que habían sido exaltadas indebidamente en momentos de declive de la religión, ardían bajo la superficie de casi cada país con llamas intensas aunque oscuras. Casi se podría pensar que el mundo deseaba sufrir, y no hay duda de que los hombres estaban ansiosos por tentar su suerte.”
No hay duda de que el nacionalismo está aumentando en China, al tiempo que Estados Unidos ha iniciado dos guerras después de los ataques del 11 de septiembre, pero ninguno de estos países tiene una actitud belicosa o complaciente acerca de una guerra limitada. China aspira a tener mayor peso en la región y Estados Unidos tiene aliados regionales a cuya defensa se ha comprometido. Siempre es posible que haya errores de cálculo, pero el riesgo se puede reducir mediante las opciones de políticas adecuadas. De hecho, ambas potencias tienen fuertes incentivos para cooperar en varios ámbitos, como el energético, el cambio climático y la estabilidad financiera.
Más aún, si bien la Alemania de 1914 estaba pisando los talones a Gran Bretaña (y ya la había superado en términos de potencia industrial), Estados Unidos sigue estando a décadas de distancia de China en recursos generales en los ámbitos militar, económico y de poder blando. Si se embarcara en una aventura política demasiado arriesgada, China podría poner en riesgo lo que lleva ganado interna y externamente.
En otras palabras, Estados Unidos tiene más tiempo para manejar sus relaciones con una potencia en ascenso que el que tuvo Gran Bretaña hace un siglo. Una actitud demasiado temerosa puede resultar siendo una profecía autocumplida. Otro asunto es si Estados Unidos y China manejarán bien su relación, pero el modo como lo hagan será el dictado de las decisiones humanas, no de alguna ley histórica ineludible.
Una de las lecciones que podemos aprender de los sucesos de 1914 es desconfiar de los analistas que plantean analogías históricas, especialmente si tienen un aire de inevitabilidad. La guerra nunca es inevitable, aunque la creencia en su inevitabilidad sea una de sus causas.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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